Savitri, la Princesa que Derrotó a la Muerte
 
Sumario por Renato Alejandro Huerta
 
 
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Haz de saber que esta historia son tres historias: la de aquí, la de allá y la tercera que reunió a las otras dos.
 
¿Entiendes? Si no lo entiendes ya lo entenderás.
 
La historia de aquí cuenta que hubo un rey noble y poderoso llamado el dios de los elefantes. Como su única pena era no haber podido tener hijos pidió a la diosa Savitri que tuviera piedad de él y le concediera un hijo o una hija que para el caso daba lo mismo, porque lo que él quería era descendencia.
 
La buena diosa escuchó su ruego y la reina dio a luz la niña más hermosa y perfecta que darse pueda y, en honor a la buena diosa le pusieron por nombre Savitri. Siendo un regalo divino, la princesita creció tan bella, sabia, perfecta y buena como la misma diosa. Pero siendo tan maravillosa en todo, cuando llegó la hora de buscarle un esposo, ningún príncipe se juzgó digno de ella. Entonces, Savitri le dijo a su padre:
 
-Permíteme ir yo en busca de esposo.
 
El rey le dio su permiso y Savitri partió en busca de marido.
 
La historia de allá cuenta, por su parte, que, en otro reino había un rey noble y sabio llamado Diumatsena, quien tuvo la desgracia de quedar ciego. Un pariente envidioso, aprovechándose de ello le arrebató su trono y el monarca hubo de huir con su esposa y su hijo, para salvar sus vidas. En un espeso bosque se creyó a salvo, se construyó una cabaña y, feliz de haber salvado a los que amaba, comenzó a rehacer su vida. El hijo se llamaba Satiavan y era una bendición en la miseria. En cuanto tuvo edad se dedicó a leñador y con esto ganaba el sustento de los suyos.
Y ahora viene la tercera historia que reúne a las otras dos historias.
Buscando y buscando llegó Savitri a ese bosque y sus pasos la llevaron hasta la mísera cabaña de Diumatsena. El rey ciego y su esposa la acogieron con ternura, le dieron de comer y le ofrecieron un lecho de ramas para que descansara. Y no bien savitri se había recostado, cuando llegó Satiavan. Debo decirte, que no te lo dije, no hubo antes ni habrá mozo más gallardo, más varonil, más hermoso que Satiavan. Savitri, al contemplarlo, comprendió que él era el esposo que buscaba.
 
Muy contenta regresó a su palacio y anunció a su padre que había encontrado al que debía ser su esposo, al amado de su alma.
 
Cuando esto apareció un astrólogo, protector del reino, miró tristemente a la princesita y moviendo la cabeza le dijo:
 
-Mal elegiste, Savitri. Satyavana no es un leñador. Es un príncipe valeroso, noble y bueno. Pero está escrito en su destino que, si se casa, morirá al completarse un año de la boda.
 
El rey dios de los elefantes se angustió al oírlo y trató de convencer a su hija de buscar otro esposo. Pero Savitri respondió:
 
-Sea su vida corta o larga, sea para bien o para mal, yo lo he escogido por esposo y a él le pertenezco.
 
El astrólogo le dio su bendición y el rey hubo de acompañar a su hija a la cabaña del bosque y así se casaron Savitri y Satiavan.
 
No hubo gente más dichosa en el vasto mundo que los moradores de la pobre cabaña del bosque, porque Savitri se comportó como se comporta la buena esposa de un pobre leñador, ayudando en todo y aliviando el trabajo de la reina destronada. Pero en su corazón enamorado iba contando los días, guardando para sí su tristeza. Y llegó el día fatal en que se cumplía un año de la boda.
 
Esa mañana pidió a su esposo que le permitiera acompañarlo en sus faenas de leñador. Y cuando Satiavan se hallaba cortando un árbol, Savitri vio, de pronto, a un ser feísimo y aterrador que traía una red entre sus manos y se detenía junto a Satiavan. Savitri le preguntó quién era y el ser le repuso:
 
-Yo soy Yama, el señor de la Muerte, y vengo por tu esposo.
 
Así diciendo y haciendo sacó el alma del cuerpo de Saiavan, la metió en la red, se la echó al hombro y partió. Savitri, sin inmutarse, comenzó a caminar detrás de él.
 
-Desiste, Savitri. Regresa y ocúpate de los ritos funerarios -dijo Yama, deteniéndose-. No puedes seguirme.
-¡Cómo! -respondió Savitri-. La ley eterna que nos ha sido dada estipula como una obligación que la esposa debe seguir a su esposo donde quiera éste vaya. Supongo que siendo tú quien eres no me inducirás a desobedecer la Ley Sagrada.
 
Yama la miró sorprendido y algo desconcertado.
 
-Bien , es cierto, pero en esto no puedes seguirlo. En verdad que eres excepcional, Savitri, no sólo has podido verme sino que osas seguirme. Por eso pídeme lo que quieras, menos la vida de tu esposo, y lo que pidas te será concedido.
 
Savitri pidió que devolviera la vista al rey Diumatsena, y Yama se lo concedió en el acto, prosiguiendo su camino. Pero cuál no sería su asombro al escuchar los pasos de Savitri detrás de él.
Muy molesto, volvió a detenerse y con el ceño fruncido le espetó:
 
-De seguro que quiere pedirme algo más. Te concederé otro deseo siempre que no sea la vida de tu esposo.
 
Savitri le pidió, entonces, que el rey Diumatsena recuperase su trono.
 
-Concedido, concedido y ahora lárgate ya de mi lado- bufó Yama, apresurando el paso para recuperar el tiempo perdido en estas majaderías de Savitri.
 
Pero , detrás de él, continuó a su siga la tenaz princesa.
 
Iban llegando al espantoso abismo que separa la vida de la muerte y Yama escuchaba a Savitri caminar detrás de suyo. Y aunque era Yama, el señor de la Muerte, comenzó a sentirse desazonado, ya que jamás le había ocurrido algo igual.
 
-Pide el último deseo, mujer testaruda -bramó-, pero ahora deberás pedir algo para ti, sólo para ti, ¿me entiendes?, y que no sea la vida de tu esposo.
 
Savitri le pidió entonces tener cien hijos, sanos, bellos, sabios, poderosos y afortunados. Y Yama se lo concedió deseperado, pues lo único que ahora deseaba era verse libre de Savitri.
 
-Los tendrás, y ahora déjame solo, porque ya no puedes seguirme - agregó mostrándole el espantoso abismo.
 
Savitri se echó a llorar amargamente.
 
-Mas...¿por qué lloras ahora, endiablada mujer? -gritó Yama ya en el colmo de la exasperación.
 
-¿Qué por qué lloro, me preguntas? -sollozó Savitri en un mar de lágrimas-. Porque te has burlado de mí. Y no es propio de un Inmortal burlarse de una mísera mortal. ¿Qué dirá el Dios Supremo de esto?, ¿qué dirán los dioses cuando lo sepan, cuando se enteren de tu burla?
 
-¿Qué yo....me he burlado de ti?-gritó Yama en el colmo del pasmo.
 
-Sí, sí -gimió Savitri, retorciendo las manos-. Me has concedido tener cien hijos y...¿cómo podré tenerlos si me quitas a mi esposo?...¿Acaso soy una flor que liban las abejas y la polinizan? ¿Acaso soy una ramera que se une a cualquier hombre? Te nhas burlado cruelmente de mí, pérfido Yama, y eso no es justo.
 
Recién entonces Yama cayó en la cuenta de la trampa tendida por Savitri y reconociendo el ingenio de la joven y el atolladero en que lo había metido, soltó la red y devolvió el alma a su dueño. Después desapareció riendo en el abismo.
 
Savitri regresó al lugar donde dejara a Satiavan, quien de nada se había dado cuenta, salvo de haber dormido profundamente. Juntos regresaron a la cabaña, donde fueron recibidos con gritos de alegría porque el rey Diumatsena había recuperado la vista. Y mientras se abrazaban, dando gracias a los dioses, escucharon música de pífanos y trompetas, tambores y timbales. Pronto apareció un grupo de príncipes y embajadores para anunciar al rey que el malvado usurpador había muerto y el pueblo reclamaba su verdadero gobernante, el rey Diumatsena.
 
¿Qué si Savitri tuvo cien hijos?....Y de esos cien hijos se formó la noble raza hindú.
 
 
 
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