El Destino y el Libre Albedrío
(All-Will and Free-Will)
 
Por Sri Aurobindo
Publicado Originalmente en el Vol. I, No. 8 (mes de marzo de 1915) de la Revista Arya
 
Traducido al español por la Rev. Yin Zhi Shakya, OHY (Hortensia De la Torre)
 
 
 
La suya es seguramente un alma limitada que nunca ha sentido las alas siniestras de un Destino que ensombrece al mundo, que nunca ha mirado más allá del círculo de personas, colectividades y fuerzas, y que nunca ha sido consciente del pensamiento inmóvil o de la certeza de una Presencia en las cosas determinando su marcha. Por otra parte, es el signo de un defecto en el pensamiento o de una nulidad del coraje y la lucidez en el temperamento siendo obstaculizado por el Destino o la Presencia escondida y reducida a una aceptación desalentadora – como si el Poder en las cosas nulificara o hiciera superfluas e improductivas el mismo Poder en uno mismo. El destino y el libre albedrío son solamente dos movimientos de una energía indivisible. Mi voluntad es el primer instrumento de mi Destino, el Destino de una Voluntad que se manifiesta a sí misma en la intención subconsciente e irresistible del mundo.
 
Todo error, como toda maldad, es nacido de una división en lo indivisible. Porque Dios tiene miríadas de aspectos, la mente fragmenta Su unidad; ella crea una oposición violenta y un intento vano de mutua exclusión en la unidad familiar de las Ideas y Poderes que están acopladamente activas en el universo. Por lo tanto, nuestro pensamiento erige un Destino misterioso o un libre albedrío igualmente misterioso, e insiste que éste o aquél debe de ser, pero ambos no subsistirán juntos. Es una pelea falsa e irreal. Tengo una voluntad, que es simple; pero no es verdad que es libre en el sentido de ser una cosa aparte en el mundo determinándose a sí misma y a sus acciones y frutos, como si ella solamente existiera o como si pudiera determinarse de todas formas excepto como una cima y forma visible de una ola invisible. Incluso la ola es más que ella misma; porque también tiene detrás de ella la marcha del océano inmensurable de la Fuerza y el Tiempo. Por otra parte, no hay un Destino incalculable, ni la Necesidad ciega, cruel e ineludible en contra de la cual las alas del alma deben lanzarse en vano como si fueran las de un pájaro capturado por un Ave monstruosa en una jaula fantástica y penumbrosa.
 
En todos los tiempos y en todas las naciones se ha sentido o jugado con la idea del Destino. Los griegos eran perseguidos por el pensamiento de una Necesidad misteriosa e inefable presidiendo sobre los caprichos divinos de los dioses. Los Mahometanos [Mahomedan] se sientan calmados bajo la yunta de Kismet [la Voluntad de Allah]. El Hindú habla del karma y de la escritura de la frente cuando se consuela a sí mismo por la calamidad o el fracaso o cuando elude el esfuerzo perseverante y enérgico. Y todas esas nociones son familiares a la impresión general de la idea que ellos proyectan y a la penumbra vaga en la que están contentos de vivir su significado fundamental. La Ciencia Moderna ha traído una predestinación igualmente arbitraria y sin forma de la Ley de la Naturaleza y la Herencia para contradecir la idea de responsabilidad en un alma libre, entusiasta y activa. Donde no hay un alma, no puede haber libertad. La naturaleza trabaja su ley original en el hombre; nuestros padres y madres con todo lo que llevan en sí mismos y las generaciones muertas son la predestinación vital segunda que se impone en lo viviente; la presión del ambiente llega como un tercer Destino para tomar de nosotros la pequeña oportunidad de libertad que podríamos haber arrebatado de este enrollo infinito de fuerzas. La triple Mitología de los Griegos ha sido reestablecida con otras mascaras y nombres nuevos. Creemos una vez más en las tramas tremendas de nuestro destino, pero medido por la danza de los Poderes inmensos materiales. Eso es, nuevamente, los viejos dioses, pero despojados de inteligencia y de la oportunidad de la consideración humana, inexorables porque no son conscientes ni de ellos mismos ni de nosotros.
 
Es incierto si la creencia en el Destino o en el libre albedrío contribuya a hacer una gran diferencia en las acciones del hombre, pero ciertamente tienen una gran importancia en su temperamento y su ser interno; porque eso le pone el sello en el molde de su alma. El hombre que cree en el destino, como excusa para la serenidad y la calma, encontrará algún otro pretexto si éstas le faltaran. Su idea es solamente un atuendo decorativo para su disposición de ánimo; atavían su indolencia y calma en un falso manto de luz o la cubren con un revestimiento noble de dignidad. Pero cuando su voluntad lo empuja hacia un objeto o acción, no lo encontramos persiguiéndolo con obstinación o con una resolución menos extenuante o quizás con una impaciencia menos inmadura que el creyente más libre en el libre albedrío. No son nuestras ideas intelectuales quienes gobiernan nuestra acción, sino nuestra naturaleza y temperamento – no dhi, sino mati o hasta incluso manyu, [Estos son términos de la psicología Védica... Dhi es el intelecto, mati la mentalidad en general; manyu, el temperamento y la mente emotiva.] o, como los griegos habrían dicho, thumos y no nous.
 
Por otra parte, un gran hombre de acción frecuentemente se agarrará a la idea del Destino para divinizar a sí mismo la energía poderosa que siente lo está dirigiendo en el camino de las acciones que cambian al mundo. Él es como una armadura emancipada de algún cañón Titánico oculto en camuflaje muy atrás de la primera línea de trincheras, en las que vemos el mundo material siendo eliminado por la Vida; o es como un planeta que se le ha escapado de las manos a la Naturaleza y en donde está almacenado la energía primordial por su tiempo de vida, su servicio en el mundo y su órbita establecida alrededor de una Luz distante y soberana. Él expresa en la idea del Destino su sentido viviente y constante de la energía que lo ha moldeado aquí, ya sea para romper como algunos Marut Védicos la firmeza del mundo y establecer las cosas o crear un camino que descienda de las montañas donde los nuevos ríos del destino humano puedan verterse. Precede como Indra o Bhagirath; la masa de las aguas divinas le sigue. Su movimiento decide su curso; aquí el Indus se inundará, allí el Ganges amarillo y rugiente desembocará en el océano. Por lo tanto, encontramos que los grandes hombres de acción que el mundo ha conocido fueron creyentes en el Destino o en la Voluntad divina. Cesar, Mahoma, Napoleón, ¿qué trabajadores más colosales ha tenido nuestro pasado que estos? El superhombre tiene una creencia en el Destino, siente más la consciencia vital de Dios, que lo que la mente humana average puede sentir.
 
Uno de los dichos de Napoleón está impregnado de esta gran verdad al respecto. Cuando se le preguntó por qué, si hablaba continuamente del destino, pensaba que valía la pena pensar y planear siempre, contestó con una razón justa: “Porque todavía es el Destino él que desea que planee”; Esta es la verdad. Hay una Voluntad o Fuerza en el mundo que determina, velada por mi pensamiento y mis opciones, la parte que tomaré para determinar el todo. Es eso que mi mente agarra y llama a mi voluntad. Pero el Yo y lo mío son disfraces. Es la Existencia-Total la que me proporciona mi realidad; Es la Voluntad-Total y el Conocimiento-Total que, mientras yo calculo, trabaja en mí para su propio incalculable propósito.
 
Por esta misma razón estoy seguro y correcto en poner toda mi intención y energía en mi libre albedrío. Si una Necesidad gobierna incluso a los dioses, todavía mi voluntad es una hija de la Necesidad con un derecho en la mansión de su madre; o incluso es una fase de la Necesidad divina que en muchas formas juega con el mundo. Si mis acciones pasadas determinan mi presente, mi acción inmediata también determina el momento que existirá, no siendo incondicionalmente pospuesta por un mecanismo tardío para posponer sus efectos en una vida lejana. Si la ley de la Naturaleza, la herencia y el ambiente son poderosas, todavía ellas dependen en el individuo para el uso por el cual ellas deben dirigirse.
 
El fruto de mis acciones no me pertenece, sino que pertenece a Dios y al mundo; mi acción pertenece a Dios y a mí. Ahí estoy correcto. O preferiblemente pertenece a Dios en mí; el derecho es Suyo, pero yo lo disfruto. La Voluntad que trabaja en mí es el Todo indivisible que solamente parece estar separado de sí mismo por sí mismo en mi cuerpo y personalidad, namarupa, como el océano que se tira a sí mismo sobre una costa en particular en una precipitación de olas. El Todo y el Yo están jugando a los escondidos uno con el otro en una esquina del universo infinito.
 
Puede que esté jugando totalmente en una encrucijada con la Voluntad-Total en mí. Eso es cuando le presto mi poder-de-voluntad para que sea un sirviente de la parte nerviosa de la mente que, ignorante y pasional, se adora a sí misma, abiertamente o bajo innumeras pretensiones, como su propio dios. Es eso en mí, ese egoísmo, esa necesidad que siente, bajo la pesada mano del Destino, la opresión de un tirano o la resistencia de un poder ciego e ignorante. Porque siempre absorto en su propia necesidad y punto de vista ayuda al Todo bajo la fricción y oposición que son esenciales al mecanismo del mundo. Por lo tanto, tiene la impresión errónea de su Maestro firme y Su demanda, y aún con la compulsión de amar las cosas debe progresar por la propia-voluntad, lucha y sufrimiento porque no puede todavía aprender a progresar por la obediencia. Pero también puedo, por una institución en mi naturaleza, una inspiración en mi corazón y una razón en mi mente, ponerme a mí mismo al servicio de algún ideal fuerte, alguna Fuerza inteligente que sirva a Dios con o sin conocimiento de Él. Entonces es mi voluntad una voluntad verdadera; comparte, deja su cuota, regresa a su Maestro con su talento usado o incrementado. Y hasta cierto punto es libre; porque una gran libertad es ésta, ser liberado del Animal y el Rakshasa en nosotros mismos, libre de para escoger lo correcto o ser escogido por ello.
 
¡Pero qué diferente sería la cosa si hubiera persuadido a mi ego a romper el molde y emerger de él, en él que se ha refugiado de su Persecutor divino! La gran antinomia sería entonces abrogada y no simplemente mitigada. Mi libre-voluntad o mi libre albedrío llegaría a ser la voluntad-de-Dios y el Destino no tendría máscara. Consintiendo ser el esclavo de Dios y conscientemente un instrumento de Eso que no es limitado por sus instrumentos, conocería una libertad que canta sobre las arpas de los cielos, pero que ningún pronunciamiento del hombre puede articular; debe ser lavado y envuelto en las olas de poder y éxtasis puros, el éxtasis inmensurable y vasto de todo-el-ser, toda-la-vida y toda-la-fuerza. Debo ver el Destino iluminado y derritiéndose en la Voluntad, y la Voluntad glorificada trascendiendo hacia Dios.
 
 
 
Traducido por la Rev. Yin Zhi Shakya, OHY (Hortensia De la Torre)
Martes, 20 de mayo de 2003 - 4:25 p.m.
Miami, Florida, USA

 

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