Queridos Amigos y lectores de Acharia:
 
Desde Chile, el domingo, 22 de septiembre de 2002, al inicio de la primavera, nuestro amigo Renato Alejandro Huerta nos ha enviado una de sus reflexiones para su publicación – Sabiduría de la Humildad – que como dice él, podría ser un aporte a los muchos discípulos del Sendero.
 
Ahí la tienen con mis deseos de que todos alcancen la Iluminación en una sola vida.
 
Deseándoles la Paz Divina,
 
Rev. Yin Zhi Shakya, OHY
 
Enviado por e-mail el sábado, 21 de septiembre de 2002 a las 4:00 p.m.
 
 
 
Flor: Hortensia - Foto por Yin Zhi Shakya
 
 
Reflexión: Sabiduría de la Humildad
Por Renato Alejandro Huerta
 
 
 
 
La humildad no es una virtud reconocida como tal en todos los sistemas filosóficos. Más aún, en no pocas filosofías se le ha cuestionado hasta el punto de considerarla un vicio en la medida en que representaría una debilidad para afirmar el propio ser, sin embargo, desde la perspectiva de la evolución espiritual, la humildad es una virtud de realismo, pues consiste en ser consciente de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo con tal conciencia. Más exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que no somos y de lo que no podemos llegar a ser. Es decir, es la sabiduría de aceptar nuestro real nivel evolutivo. Ninguno de los grandes filósofos griegos (Sócrates, Platón ni Aristóteles) elogiaron la humildad como una virtud digna de practicarse, ya que nunca llegaron a desarrollar un concepto de Dios lo suficientemente rico para poner de manifiesto la pequeñez del ser humano. 
 
En Occidente, es sólo a partir del advenimiento del cristianismo que esta virtud llega a ser considerada el fundamento imprescindible de toda moral cristiana. Es por ello que para Nietzsche, uno de los más grandes enemigos del cristianismo, la humildad no puede significar más que una bajeza, una debilidad de instintos propia de quien actúa inspirado por una moral de esclavos. Para su ideal moral del superhombre, en cambio, a la sombra de la humildad hay que oponer la claridad de la altivez, tan alabada por los griegos y desde luego, por Nietzsche. Sin embargo, la filosofía de Oriente, que ha alcanzado un desarrollo espiritual mucho más significativo que la de Occidente, nunca dudó en asignarle un papel relevante dentro de las virtudes del sabio.
 
Así, los verdaderos maestros de la sabiduría mística del Oriente ascendieron a sus más altos niveles de conciencia trascendiendo su ego, transformándose en seres universales al fundirse con el río del cosmos. Pero para todos ellos los primeros peldaños del sendero estuvieron hechos de humildad.
 
Más aún, la humildad es requisito indispensable del verdadero aprendiz, del verdadero discípulo, pues mucha de la disciplina de éste deberá estar basada en la conciencia de lo limitado de su conocimiento para precisamente, en razón de esta carencia, buscar activamente llenarse de él, ya sea a través de los maestros, del impulso a la lectura, del diálogo con sus condiscípulos o de la investigación personal. La mente humilde es receptiva por naturaleza y por lo mismo es la que mejor está dispuesta a escuchar y a aprender. En el caso opuesto está la mente arrogante que por saber mucho de algún tema se cree capaz de discernir asuntos sobre los cuales no conoce ni los principios más básicos, creyendo estar preparada para emitir juicios válidos sobre cosas de las que no tiene ni la más remota idea. En esta carencia de reconocimiento de los límites de su conocimiento, el arrogante construye su ilusión de ser más importante que los demás. Habitualmente el arrogante incurre en la crítica destructiva que sólo puede conducir al territorio de las hostilidades, pero que no ayuda a nadie.
 
El verdadero humilde considera siempre que las experiencias de la vida son posibilidades abiertas para aprender cada vez más. En su comprensión considera que el camino de la sabiduría es casi infinito, por lo cual, no corresponde en ninguna etapa de nuestro desenvolvimiento presumir de sabios. La humildad como conciencia de nuestra falibilidad esencial nos hace más fácil la tarea de reconocer nuestros errores, fundamento de nuestros ulteriores perfeccionamientos. Mientras el soberbio pierde su tiempo criticando o intentando impresionar a los demás, el humilde sigue rectilíneo su camino de superación personal, sin temer recurrir a la ayuda o a la orientación de quienes están más avanzados en el sendero.
 
Ser humilde es permitir que cada experiencia te enseñe algo.
 
 
Renato Alejandro Huerta
 
 
 
 
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