- Viernes,
    24 de octubre de 2003
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- Querida
    Maestra Hortensia:
- Espero
    les guste este pensamiento anónimo que les envío, cariños. Sole / Zhèng gĕng
    
    
    
  
  
    
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    - Solitario
      en el camino
    
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- La
    vida es como una gran carrera en bicicleta, cuya meta es cumplir la leyenda
    personal – aquello que, según los antiguos alquimistas, es nuestra
    verdadera misión en la Tierra.
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- En la línea
    de partida estamos juntos, compartiendo camaradería y entusiasmo. Pero, a
    medida que la carrera se desarrolla, la alegría inicial cede lugar a los
    verdaderos desafíos: el cansancio, la monotonía, las dudas sobre la propia
    capacidad. Nos damos cuenta de que algunos amigos ya desistieron en el fondo
    de sus corazones; aún siguen corriendo, pero es porque no pueden parar en
    medio de la pista. Este grupo se va haciendo cada vez más numeroso, con
    todos pedaleando al lado del coche que acompañan, donde conversan entre sí
    y cumplen con sus obligaciones, pero olvidan las bellezas y desafíos del
    camino.
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- Nosotros
    terminamos por distanciarnos de ellos y entonces estamos obligados a
    enfrentar la soledad, las sorpresas de las curvas desconocidas, los
    problemas que pueda crearnos la bicicleta. En un momento dado, después de
    algunas caídas sin que haya nadie cerca para ayudarnos, terminamos por
    preguntarnos si vale la pena tanto esfuerzo.
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- Pues sí,
    vale la pena. Se trata sólo de no desistir. El padre Alan Jones dice que
    para que nuestra alma tenga condiciones de superar esos obstáculos
    necesitamos cuatro
    fuerzas invisibles: amor, muerte, poder y tiempo.
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- Es
    necesario amar, porque es la fuerza inspiradora y sostenedora de la acción.
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- Es
    necesaria la conciencia de la muerte, para entender bien la vida.
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- Es
    necesario luchar para crecer, pero nunca dejarse ilusionar por el poder que
    llega junto con el crecimiento, porque sabemos que él no vale nada.
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- Es
    necesario ver o diríamos ‘entender’, que mientras vivamos en la
    dualidad aceptando un alma, una entidad aparte de la realidad absoluta, habrá
    oportunidades y limitaciones. Así que, en nuestra solitaria carrera en
    bicicleta, tenemos que actuar como si el tiempo no existiera, hacer lo
    posible para valorizar cada segundo, descansar cuando sea necesario, pero
    continuar siempre en dirección a la luz divina, sin dejarnos afectar por
    los momentos de angustia.
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- Estas
    cuatro fuerzas no pueden ser tratadas como problemas a ser resueltos, ya que
    están fuera de cualquier control. Tenemos que aceptarlas en nuestras
    relaciones y manejarlas, dejando que nos enseñen lo que necesitamos
    aprender.
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- Vivimos
    en un universo que es al mismo tiempo lo suficientemente gigantesco como
    para rodearnos y lo bastante pequeño como para caber en nuestro corazón.
    En el corazón del hombre está el corazón del mundo, el silencio de la
    sabiduría. Mientras pedaleamos en dirección a nuestra meta, es siempre
    importante preguntar: “¿Qué hay de bueno en el día de hoy?” El sol
    puede estar brillando, pero si la lluvia estuviera cayendo, es importante
    recordar que eso también significa que las nubes negras se habrán disuelto
    en breve. Las nubes se disuelven, pero el sol permanece inmutable y no pasa
    nunca. En los momentos de soledad es importante recordar eso.
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- Finalmente,
    cuando las cosas llegan a ponerse muy duras, no podemos olvidar que todo el
    mundo ya pasó por eso [la realidad relativa, el Sámsara],
    independientemente de raza, color, situación social, creencias o cultura.
    Una hermosa plegaria del maestro sufí Dhu’I-Nun (egipcio, fallecido el año
    861 a. C.) resume bien la actitud positiva necesaria en estos momentos:
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- “Oh, Señor,
    cuando escucho las voces de los animales, el ruido de los árboles, el
    murmullo de las aguas, el gorjeo de los pájaros, el zumbido del viento o el
    estruendo del trueno, percibo en todos ellos el testimonio de tu unidad;
    siento que tú eres el supremo poder, la omnisciencia, la suprema sabiduría,
    la suprema justicia.
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- “Oh, Señor,
    te reconozco en las pruebas que estoy pasando. Permite, Oh, Dios, que tu
    satisfacción sea mi satisfacción. Que yo sea tu alegría, aquella alegría
    que un padre siente por un hijo. Y que yo me acuerde de ti con tranquilidad
    y determinación, incluso cuando resulte difícil decir ‘te amo’.”
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